lunes, 25 de julio de 2016

La moral es un árbol que da Moreiras.

 
 De Fabrizio Mejía Madrid.
En breve se cumplirán 20 años de que me demandaron –como diría mi vecino– “por haberle dañado su honor a alguien”. La peripecia contuvo todos los puntos del decálogo de estos casos:

1) Señor recibe un dinero para que redacte unos expedientes judiciales para desprestigiar al EZLN;

2) Señor asegura que se trata de una investigación de campo independiente;

3) Su Charro Negro le dice a una reportera (Proceso 1147) lo que él opina del libro contra el EZLN;

4) Otros destruyen en la prensa el libro contra el EZLN con todo tipo de acusaciones contra Señor;

5) Señor y sus jefes –los que pagaron el dinero y publicaron el libro– demandan a Su Charro Negro y sólo a él y lo hacen desde un despacho que tiene nombre de dinastía borbónica: “Aguilar Zinser, Gómez Mont y Sponda”. ¡Sponda!

6) Su Charro Negro no conoce más abogado que uno ambientalista que estudió con él la primaria y responde con cierta desconfianza ante un Ministerio Público que, mientras le toma su declaración, se está tragando una rebanada de pizza;

7) Señor da dinero al Ministerio Público para que me encarcelen. En este punto dejo de ser Su Charro Negro;

8) Abogado ambientalista me llama con su invaluable conocimiento jurídico: “Si tienes palancas, man’to, pues úsalas”;

9) Por un monero de La Jornada que me ve llorando sin consuelo en las escaleras de mi departamento de alquiler, me entero de que una subprocuradora es mi lectora. El monero aporta otra pieza de sabiduría jurídica: “Igual es chicle y pega”.

10) De nuevo Su Charro Negro la libra de milagro, una madrugada de 1998 en una lúgubre oficina en la colonia Doctores, porque la funcionaria tiene una convicción: “Como abogada, nunca he creído en los delitos de honor”, y una afinidad insospechada: “A veces me río con lo que escribes”.

Me acordé del opresivo episodio –todavía me causa sudoraciones nocturnas– porque leí que el exgobernador de Coahuila –Humberto Moreira– demandó por difamación a Sergio Aguayo. Lo que el columnista y académico en derechos humanos escribió fue que su gobierno “olía a corrupción” y que constituía “un ejemplo de impunidad”. Lo publicó después de que Forbes distinguiera al exgobernador como “uno de los 10 hombres más corruptos de México, 2013” –Bellas Artes debería entregar reconocimientos como “Premio Pedro Páramo al Cacique del año”; “Premio Hermanos Grimm a la Verdad Histórica”, o “Premio Casa Blanca a la creatividad contable”– y que lo detuvieran en España por lavado de dinero. Además de ser el tesorero durante la campaña del actual presidente de la República, Moreira era el hombre fuerte de Coahuila durante la masacre de 300 pobladores de Allende, caso que Aguayo comenzó a investigar desde su puesto en El Colegio de México.

Lo que creo es que hay que tener honor para que alguien te lo dañe. No es, por supuesto, lo que opine uno mismo de su más alta consideración, sino que se trata de algo que se describe como “fama pública” o, más sencillamente, lo que los demás opinen de ti. Una reputación –dicen– se hace durante toda una vida y se pierde en un segundo. Pero eso que es el “honor” es difícil de establecer si no es el de una heroína que no se entrega a su pasión por el “qué dirán”. En el siglo XV español tenía una razón de existir: el honor de una dama equivalía a su virginidad, a no mezclar la sangre azul con la plebeya. Los caballeros se batían en duelo por él: ante el matar o morir, el dicho perdía su prioridad. Se demostraba con ello la disposición a proteger el linaje dinástico, la “hidalguía”, es decir, ser hijo de alguien. Pero en las leyes mexicanas y los juzgados ¡Sponda! las cosas no son tan precisas. Primero porque el “honor” puede ser visto como “virtud” –algo intrínseco al Señor que, de hecho, quiere decir “hombría”– o como “mérito”, es decir, algo tangible que corra riesgo de ser dañado: un reconocimiento, un cargo, un ascenso. La fama, por descontado, es una inmortalidad de segunda mano, pero en esa palabra se mezclan cosas tan distintas como la protección a la privacidad, a la intimidad, a los datos personales o a la inviolabilidad del propio domicilio y hasta la dignidad humana que –para mí– es la mesura ante la certeza del final. La dignidad no es intrínseca a nadie, es sólo la modestia ante la fortuna, buena o mala. No hay dignidad en el alarde ni en la desesperación.

Creo que el único “honor” que debería interesarle a la justicia debería ser el concreto: este Señor vs Su Charro Negro. En el caso de Moreira contra Aguayo debería considerarse que no están en igualdad de circunstancias. Uno es un académico y el otro es un hombre de poder. La reputación de un hombre público que ha sido presidente de su partido, gobernador y delegado del sindicato de los maestros de Elba Esther Gordillo, no debería ser opacada por un artículo de periódico. La etérea reputación tendría que ser medible: el Señor dejó de obtener un beneficio, gracias a que hablaste mal de sus supuestas virtudes. Y ese es el otro problema de que el honor haya emigrado de la señorita de vestidos largos y abanicos a las leyes. El juez toma una denuncia de “calumnia y difamación” sin preocuparse de si los dichos eran ciertos o no. Por extraño que parezca, mi Ministerio Público, mientras masticaba su pizza, me lo dejó claro hace 20 años:

–Lo que yo dictamino es si te lo chingaste; me vale madre si fue con o sin razón –explicó en lenguaje jurídico.

Con el peperoni asomado, sólo se toma en cuenta que el afectado, es decir, Señor que denuncia, diga que sus relaciones sociales o familiares se distorsionaron por culpa del dicho, para que se le dé entrada. Por eso, Moreira dice que Aguayo lo dañó “en sus sentimientos y afectos”, dos asuntos que son de índole privada, tras las puertas de su casa. Lo que debiera ocurrir es que se sopesaran los dos derechos: el de libertad de expresión siempre debería salir adelante, distinguido de la vulneración de la vida íntima. Parecería que el asunto es sencillo: el texto de Aguayo se escribió mientras Señor estaba detenido por lavado de dinero en España. Y, como salió en libertad, podría asumirse que nada de lo que se escribió y caricaturizó en esos días vulneró alguno de sus derechos.

Pero siempre está mi querido Ministerio Público tragando pizza, mi querido abogado instándome a la última instancia de “las palancas” y mi querido destino y libertad en la hamaca de las creencias y apegos literarios de mi querida subprocuradora. La vida azarosa de los ciudadanos en México a la sombra del árbol aquel.
 
Fuente:  http://www.proceso.com.mx/448354/la-moral-arbol-da-moreiras

jueves, 21 de julio de 2016

Ni perdón, ni olvido.

 De José Gil Olmos.
Cuando un presidente pide perdón es para despedirse, no es para disculparse de una falta ética o de conducta, sino porque cometió un error tan grave que no puede seguir manteniéndose en su puesto.

De ahí que en realidad al pedir perdón, Enrique Peña Nieto no fue sincero, pues esta declaración sólo es para aparentar arrepentimiento y forma parte de una estrategia de reparación de daños del PRI rumbo a las elecciones de los próximos dos años.

El presidente Enrique Peña Nieto en realidad no ofreció perdón arrepentido por la equivocación de comprar una casa para su esposa Angélica Rivera que era propiedad del constructor preferido de su gobierno, Armando Hinojosa, al que ha enriquecido con las concesiones de obras públicas.

No, lo que hizo fue iniciar una campaña de recuperación de su propia imagen y para su partido que en las elecciones pasadas recibieron los efectos de la animadversión social en las urnas por los casos de corrupción en su gobierno.


Porque el caso de la llamada “Casa Blanca” no ha sido el único que refleja el tráfico de influencias y la corrupción en su gobierno. Ahí está también su casa en el club de golf de Ixtapan de la Sal; la casa de campo de Luis Videgaray en un resort de golf en Malinalco, Estado de México, también propiedad de Armando Hinojosa ; lo mismo que la casa del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, en la zona residencial de Bosques de las Lomas.

Y más atrás, el saqueo de su mentor Arturo Montiel a las arcas del gobierno del Estado de México que Peña Nieto solapó cuando fue gobernador de esta entidad.

Enrique Peña Nieto no está siendo honesto ni sincero en esta disculpa pública que ofreció al encabezar la promulgación de las leyes anticorrupción. Si en realidad lo fuera, este perdón lo habría emitido hace más de un año cuando estalló el escándalo de la “Casa Blanca” y habría presentado de inmediato su renuncia. Pero no fue así.

Hoy que su imagen es la más alicaída de los últimos tres presidentes, que el PRI pierde elecciones como nunca y que se aproxima la elección presidencial, Peña Nieto ha iniciado una campaña de recuperación de la confianza social y una restructuración de la imagen del gobierno y su partido.

El presidente sabe bien que hoy la sociedad mexicana no está en la condición de perdonar y olvidar, que ya no cree en los discursos fáciles ni en las promesas. La sociedad mexicana ha sido muy lastimada en las últimas décadas por la clase política de todos los colores la cual se ha ido alejando de las necesidades populares para enriquecerse.

Por eso este perdón por una equivocación que le ha costado mucho es falsa de entrada pues las palabras no están acompañadas de hechos, sino que forma parte de un plan de recuperación política dentro del cual no se descarta que vayan a enjuiciar a algunos gobernadores como César Duarte en Chihuahua, Javier Duarte en Veracruz o Roberto Borge en Quintana Roo.

En política nada es casual, sino causal. Por eso la renuncia de Virgilio Andrade de la Secretaría de la Función Pública es parte de esta estrategia de reparación de daños y de protección a los cómplices de solapamiento, pues este funcionario fue quien bloqueó la investigación de la “Casa Blanca” y fue quien dictaminó que no hubo nada irregular ni ilegal.

Muy probable es que en esta estrategia política electoral del gobierno peñista veamos acciones al parecer inusitadas como acuerdos con la SNTE-CNTE, el enjuiciamiento a funcionarios de media legua relacionados con casos como Ayotzinapa, Tlatlaya, Apatzingán y Tanhuato.

Pero nada de esto será un acto de justicia, sino parte de una estrategia de Peña Nieto para que su partido sea el ganador en el 2018.

A eso huele este perdón presidencial. A pura apariencia y ficción política.
 
Fuente:  http://www.proceso.com.mx/447947/ni-perdon-ni-olvido

sábado, 2 de julio de 2016

Pinche gente.

De: Alejandro Páez Varela.

Pues que se joda, esa gente.

Queremos progreso y tenemos con qué pagarlo, ¿cuál es el problema? Queremos minas en Tenochtitlan, Ocampo, Coahuila: que se chingue ese puñado de viejitos chimuelos; ahí que se encargue la minera canadiense First Majestic y que les dé una baba. Queremos los metales de Wirikuta: que los indios pongan sus flores y sus inciensos en sus casas de palo y que suelten las montañas. Queremos el petróleo que queda y el gas por descubrir para nuestros amigos –y para nuestras familias, se entiende–: que se hundan Pemex y CFE y de paso el Seguro Social, las universidades, las pensiones. Queremos gente de progreso, no en las calles, protestando: ¿qué no les bastan los sindicatos que les pusimos desde 1943? ¿Qué no tienen su CTM, su SNTE, su CROC y todas esas?

Queremos un aeropuerto, un pomposo Nuevo Aeropuerto en el centro del país. Pues a darle. Las comunidades son lo de menos; consultarlas no está en la agenda progresista. Simplemente hay que llegar un día con maquinaria pesada y con antimotines, y a cargar con lo que se atraviese. Que se jodan los que no estén de acuerdo. Pinches subversivos, retrógradas, no entienden nada del progreso. Al rato se amansan y ya.

Queremos darle a Grupo Higa una carretera. Es urgente que Armando Hinojosa se hinche (aún más) de dinero. Entonces, que el gobierno del Estado de México se convierta en fuerza de choque para imponerla en el pueblo de Xochicuautla y que se jodan los indígenas otomíes que ocupan las tierras desde tiempos inmemoriales, porque la nueva vía va y listo. A otra cosa. A cerrar el hocico. No se consulta a nadie y para los que protestan hay de dos sopas: las migajas o los cabronazos.

Queremos el agua del pueblo de Coyotepec, que desde 1963 cavó con sus manos los pozos e instaló un Sistema Autónomo y Ciudadano de Agua Potable. Eruviel Ávila, Gobernador del Edomex, necesita esa agua para sus megaproyectos. Entonces a imponer un “referéndum” (con ayuda de un Alcalde panista) y si no se puede disfrazar el robo, y si no se puede con el disfraz de la democracia, a encarcelar a los líderes y a llenar la comunidad de antimotines. Las empresas tienen sed, ¿qué no entienden? Qué saben del progreso, carajo.

Queremos también agua para el proyecto inmobiliario Bosques del Paraíso, de la empresa Merket Construcciones. Urge el agua. ¿Que el pueblo de San Francisco Magú, en el Estado de México, se une para defenderla? En caliente, más de cien granaderos contra los indígenas otomíes. Porque, además, los muy desgraciados se rigen por su propio sistema de usos y costumbres. ¿Cómo que ellos mismos vigilan sus instituciones administrativas, tienen autonomía política, económica y territorial? Eso no es moderno. Eso no es progreso. México no es de los anarquistas: se suspenden los derechos ciudadanos y se sitia el pueblo. ¿El Centro de Derechos Humanos Zeferino Ladrillero dice que agentes atacaron sexualmente a varias mujeres indígenas? Que se jodan las mujeres indígenas y el tal Zeferino Ladrillero. Ahora, que Francisco Nónigo, Delegado Indígena, y Berenice Sánchez, Presidenta Suplente del Consejo de Participación Ciudadana, reciban unos buenos cabronazos.

Queremos progreso para Guerrero. De hecho, hemos llevado el progreso a Guerrero: allí están los miles que trabajan de sirvientes en los hoteles de Acapulco; allí están los campos de amapola, tan chulos de regordetes; allí están los cárteles, floreciendo con lo mejor de nuestras juventudes. Opciones hay, pues, en Guerrero. Entonces, si aparece una bola de muchachos desarrapados, malcomidos y greñudos a tomar camiones para presionar por una mejor educación, pues toda la fuerza del Estado (y del narco). Madrazos. Y si los muchachos no se dejan, balazos. Y si son muchos, a camiones y a desaparecerlos. Que se chinguen las familias: ¿quién les manda a esas madres parir hijos pobres y ser vientre de guerrilleros, subversivos, apestosos, greñudos, malcomidos, desarrapados? Toda la fuerza del Estado para desaparecerlos, y toda la fuerza del Estado para encubrir a los culpables de su desaparición.

Queremos energía eólica en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Para las empresas –por supuesto–, no para los indios. El Instituto de Energía Renovable de Estados Unidos ya dijo que hay calidad de aire nivel 7 en esa zona y se requiere apenas nivel 5. Queremos energía limpia y barata y que se chinguen las comunidades. A despojarlas de sus tierras. A cerrar sus pueblos. A acabar con sus medios de subsistencia, con sus costumbres y sus creencias. De preferencia que no se haga con mucho ruido allí, en esa zona donde los desgraciados son alborotadores. Es mejor comprar líderes. Es mejor comprar autoridades. Es mejor la cartera por delante, porque todo el dinero que se invierta se recuperará, ya verán.

Queremos instalar una presa en Picachos, Sinaloa. Está decidido: pueblos enteros serán hundidos bajo el agua con todo y panteones; con todo y milpa; con sus iglesias y sus plazas y sus escuelas. Que no se hable con esos pueblos y mucho menos con los indígenas ojetes que seguramente, ya se sabe, se opondrán. Y sí, se oponen: Octavio Atilano Román Tirado es la cabeza de esa oposición… hasta el 12 de octubre (vaya fecha) de 2014, cuando un comando lo ejecuta en la cabina de radio desde donde conducía un programa izquierdoso, revoltoso, subversivo. Que se chingue Atilano. Que se chinguen esos pueblos y que la presa se vuelva una realidad. A hundir los pueblos.

Queremos una Reforma Educativa. Es cierto: el país necesita educación. Sobre todo porque el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, hermano del Partido Revolucionario Institucional, ha mamado y mamado y mamado dinero y como consecuencia aparecemos en los peores niveles educativos del mundo. Sobre todo porque educar no ha sido prioritario cuando se obtiene, del magisterio, lo mejor: votos, hermosos votos, extraordinarios votos por miles y miles que eligen diputados, senadores, alcaldes, gobernadores y presidentes. Queremos una Reforma Educativa y entonces, pues a meter líderes disidentes a prisión; a meter ciudadanos y maestros a la cárcel. Madrazos. Cero diálogo. Y si no se dejan, balazos. Bola de pinches subversivos, retrógradas que no entienden nada del progreso. Dos, tres, diez muertos y a ver si le siguen.

Porque para profes, Carlos Hank González. Ese sí era profe. Ni diez mil profes presos o muertos compensan su pérdida.

Carlos Hank González –que satanás lo rodee de vírgenes–, el hombre que en una sola generación se volvió dueño de medio México. “Político pobre es un pobre político”, decía. Qué sabio. Podría ajustarse la frase al infinito: “Político sin ‘casa blanca’ o sin ‘casa Malinalco’ es un pobre diablo”. O “político sin Pemex es un político idiota”. La frase se ajusta. La frase es grande.

Porque para progreso, lo que se dice progreso, allí están los hijos de Atlacomulco. Son la muestra de que los izquierdosos, revoltosos y subversivos no progresan y van por el rumbo equivocado. Allí está el tío favorito, don ex Gobernador Arturo Montiel Rojas. Allí está don Carlos Salinas de Gortari. Allí está don Pedro Aspe Armella. Allí está don Luis Téllez Kuenzler. Allí está don Gerardo Ruiz Esparza. Todos funcionarios o ex funcionarios y/o todos con empresas y contratos con el Gobierno. Es la misma cosa, hombre, empresa o gobierno: es lo mismo porque es de uno.

Allí está don Senador Francisco Labastida, que sí sabe cómo convertir un jodido humedal con especies protegidas en una productiva fábrica de amoniaco. Allí está don Apolinar Mena, que tuvo que renunciar a su cargo por un escándalo de corrupción y ahora dirige el gabinete de don Gobernador Eruviel Ávila. Allí está don Secretario de la Función Pública, Virgilio Andrade, convertido en hombre de Estado por cuidar los intereses de la familia. Allí está don Secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y que ni se le pongan a las patadas y ni le pregunten el origen de su fortuna porque les cae una auditoría. Allí está don Carlos Romero Deschamps, ¿qué mejor ejemplo quieren de progreso?: los jeques árabes lo respetan porque sí sabe qué hacer con el dinero ajeno. Allí está don Gobernador de Chihuahua, César Duarte, que sabiamente se hizo de un banco para progresar también: Banco Progreso. Allí está don Roberto Borge, que dejará Auditor para que no le vengan más adelante con que su progreso no es producto de su esfuerzo.

Porque, carajo, pinche gente: qué sabe de progreso. Los subversivos no progresan por eso, por subversivos. Allí está el mismísimo Enrique Peña Nieto, que de burócrata de medio pelo subió a Presidente. Pinche gente revoltosa, me cae. Revoltosa y malagradecida: queremos llevarles progreso y se ponen a las patadas. Por eso se les responde a balazos, ¿de qué otra forma, si no entienden? Por eso se llenan sus plazas de policías. Por eso se les despide, se les humilla, se les ultraja; a ellos y a sus mujeres. Quieren carreteras pero no ponen de su parte: ¿qué tanto es ceder su casa en aras del progreso? Quieren seguridad, pero traen ocupados a los policías dándoles de garrotazos. Quieren agua pero no comparten la que heredaron de sus abuelos y quieren sueldo de maestro, los muy desgraciados, pero no quieren votar por el PRI.

Pinche gente, me cae. Qué sabe esa gente de progreso. ¿Mal humor social? Cuál, hombre. Mal humor el de uno, con esta pinche bola de revoltosos.
 
Fuente:  http://www.sinembargo.mx/27-06-2016/3057487