lunes, 13 de octubre de 2014

El alcalde y su esposa bailaban. Afuera había cadáveres.

Nicolás Mendoza Villa lo recordaría meses después por escrito en una notaría de la Ciudad de México. A las seis de la tarde del 31 de mayo de 2013, el ingeniero Arturo Hernández Cardona y él vieron cómo dos sicarios empezaban a cavar la que iba a ser su fosa. Ambos estaban presos en un paraje desconocido de Guerrero. Un día antes, les habían secuestrado, pistola en mano, en la carretera hacia Tuxpan junto a otros compañeros de la Unidad Popular, un movimiento de defensa de los derechos de los campesinos. Durante horas les habían torturado con un látigo de alambre. El peor parado había sido su líder, Hernández Cardona. Ya de noche llegaron al lugar dos hombres bien conocidos. Andaban tranquilos y con una cerveza Barrilito en la mano. Eran el alcalde Iguala, José Luis Abarca Velázquez, y su jefe de policía, Felipe Flórez Vázquez. El regidor, con quien Hernández Cardona había mantenido agrias disputas, la última, dos días antes en su despacho municipal, se adelantó unos pasos y ordenó que torturaran otra vez a su adversario político.

—¡Ya que tanto estás chingando, me voy a dar el gusto de matarte!, gritó el alcalde.

Acto seguido, su jefe de policía levantó al ingeniero del suelo y, siempre según esta versión ante notario, lo arrastró unos diez metros hasta la recién terminada fosa. Ahí, el alcalde de Iguala le disparó primero a la cara, luego al pecho. El cadáver quedó al descubierto, mientras el cielo oscuro de Guerrero se rompía y empezaba a llover. Otros dos dirigentes de Unidad Popular fueron asesinados.

El hombre que asegura haber visto todo esto y pudo escapar para contarlo fue Nicolás Mendoza Villa, chófer del ingeniero asesinado. Mendoza prestó testimonio ante notario, la esposa del ingeniero presentó denuncia, la prensa aireó el caso y algunos conocidos políticos mexicanos exigieron responsabilidades. La Procuraduría respondió acumulando ocho tomos de diligencias. Pero, como tantas veces sucede en México, nada ocurrió. El alcalde de Iguala siguió gobernando como antes, inaugurando centros comerciales y posando alegre con sus camisas ceñidas y desabotonadas hasta la mitad del pecho. Unas fotos almibaradas donde siempre aparece su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa. “Desde entonces reina el miedo en Iguala”, afirma Sofía Mendoza Martínez, concejal del PRD y viuda de Hernández Cardona; una de las pocas personas capaces de romper el círculo del terror y acusar al alcalde mucho antes de que se convirtiese en el hombre más buscado de México por la matanza de seis personas y la desaparición de 43 estudiantes de magisterio en un oscuro enfrentamiento con la policía y el narco el 26 de septiembre.

El paradero de Abarca es un misterio. Los investigadores dan por hecho que ha abandonado Iguala y dejado atrás los frutos de una misteriosa escalada social que, desde su puesto familiar de vendedor de sombreros de paja y huaraches (sandalias), le abrió las puertas a un emporio de propiedades y negocios. Desde esta plataforma saltó a la política en 2012 con apoyo de un exsenador del PRD, y pese a su inexperiencia ganó las elecciones de Iguala. La culminación de un sueño. O de una pesadilla. El municipio, de 130.000 habitantes, es la tercera ciudad de Guerrero, histórica cuna de la bandera mexicana y un enclave estratégico para los movimientos del narco.

En su ascenso le acompañó su esposa, una mujer de carácter duro, cuya cercanía dibuja una sombra oscura. Dos de sus hermanos sirvieron a las órdenes del histórico capo Arturo Beltrán Leyva. Pero tuvieron una carrera corta. Ambos fueron ejecutados en 2009 cuando se quisieron separar del llamado Jefe de Jefes. Un tercer hermano, aún vivo y recientemente detenido, penó por narcotráfico y ahora se presume que es uno de lo cabecillas de los Guerreros Unidos, el sanguinario cartel surgido de las cenizas del imperio de Beltrán Leyva y que controla Iguala. Para culminar la trama familiar, la madre ha sido señalada por los servicios de inteligencia como testaferro del narco.

En una tierra con una tasa de homicidios tres veces mayor que la mexicana y 20 veces la española, las palabras de una mujer con estas credenciales eran escuchadas con mucha atención. A medida que pasaban los meses, su participación en los asuntos políticos, según admiten dirigentes del PRD, fue cada vez mayor, hasta el punto de que ya pensaba postularse como candidata a la alcaldía en 2015. Para ello había logrado ser elegida consejera estatal del PRD y dirigía un organismo municipal, el denominado Desarrollo Integral de la Familia (DIF). Nada parecía capaz de frenarla. O eso era lo que se pensaba hasta la noche del 26 de septiembre. Ese viernes tenía que ser un día grande para ella. Presentaba el informe de actividades del DIF en la plaza de las Tres Garantías, en el zócalo de Iguala, un espacio reservado para las grandes ocasiones. Para muchos suponía el pistoletazo de salida de su carrera electoral.

El acto empezaba a las seis de la tarde, justo a la hora en que dos autobuses procedentes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, un semillero de la izquierda radical mexicana, entraban en el municipio. El grupo, formado por estudiantes de magisterio de 18 a 23 años, acudía a la ciudad a recaudar fondos para sus actividades. La policía municipal estaba esperándoles. Sus enfrentamientos con el alcalde y su esposa eran notorios. Ya después del asesinato del ingeniero Hernández Cardona habían atacado el ayuntamiento y señalado al regidor como culpable. Esa tarde, tras dar vueltas por la ciudad, se dirigieron hacia el zócalo.

Un informe del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) avanzado por El Universal señala que la esposa del alcalde pidió al director de la policía municipal, Felipe Flórez Velázquez, que impidiera la llegada de los jóvenes. La orden, cómo no, fue obedecida. No tardó en darse el primer encontronazo entre los agentes y los normalistas. Hubo gritos y algún enfrentamiento físico. Lo habitual. Los estudiantes se retiraron hacia la estación de autobuses. Allí se apoderaron de tres vehículos para volver a su escuela. Pero a la salida les esperaban los agentes. Esta vez hubo tiros. Los normalistas se defendieron a pedradas y lograron romper el cerco. El alcalde, informado de la algarada, pidió entonces, según el citado informe, un escarmiento. Fue entonces cuando alguien llamó a la muerte. En sucesivos ataques, la policía, con apoyo de sicarios de Guerreros Unidos, inició una salvaje persecución de los jóvenes. A tiros mataron a dos, a otro lo desollaron vivo y le vaciaron las cuencas de los ojos. Tres personas más, entre ellos un chico de 15 años, murieron a balazos al confundir sicarios y agentes un autobús que transportaba a futbolistas de Tercera División con normalistas. Y otros 43 estudiantes fueron secuestrados por los policías y supuestamente entregados a una fracción ultraviolenta de Guerreros Unidos llamada Los Peques. El pánico se apoderó de Iguala. Bares y comercios cerraron sus puertas. Pero de todo ello, el alcalde y su esposa, según su propio testimonio, nada supieron. Ellos acudieron a una fiesta y bailaron juntos rancheras mientras fuera, en una noche sin apenas luna, la barbarie rugía.

Nadie les creyó. Pero tampoco nadie les detuvo. A los dos días de la matanza, tras pedir licencia del cargo y asegurarse mediante un juez federal de que como aforado no podía ser arrestado hasta nueva orden, Abarca y su esposa se esfumaron. Lo mismo hizo el jefe de la Policía Municipal. México, desde entonces, se ha visto cara a cara con la negrura de 43 desaparecidos y unas fosas repletas de cadáveres. Ellos aún siguen libres. Y el asesinato del ingeniero Hernández Cardona, sin culpable.

De El País.

MI HIJO, EL NORMALISTA.


Imagina que tienes un hijo, si ya lo tienes, imagínate quitándote el pan de la boca, trabajando de sol a sol para él. Lo ves crecer con el orgullo de tu sacrificio y lo imaginas un día llegando alto, mucho más de lo que tú pudiste llegar. Sabes que el sufre por no poder estar contigo y tú a la vez sacrificas su presencia con la esperanza de ver coronada la espera cuando algún día lo llamen “maestro”; porque como tú no pudiste estudiar, en la calle te hacen de menos, en los grandes festines tú no tienes lugar, y existen un sinnúmero de cosas a las que jamás tuviste acceso y no quieres lo mismo para él.

Lo has visto partir tantas veces con el estómago vacío, y ha logrado llegar hasta la carrera aun cuando pedaleaba horas en bicicleta para ir a la escuela, cuando se enfermó y no le compraste sus medicinas, cuando se levantaba de madrugada e iba con sus ropas rasgadas en épocas de frío, y se pasaba el año con una sola libreta para todas sus materias; o a qué a veces, cuando te mandaban llamar a su escuela, no podías ir porque no tenías dinero, o no tenías donde dejar a sus hermanitos o no te dio permiso el "patrón" o a la "patrona".

Imagina que en tu casa no hay televisión, ni tienes celular, pero te avisaron que tu hijo está detenido, que paso “algo” y “que se lo llevaron al ministerio público de Iguala”, dejas todo, pides prestados unos centavos y corres con la policía. Nadie te da razón, vas a la escuela, preguntas a otros padres y todos están igual que tú, tienes hambre, ya entro la noche, y nadie parece saber nada. Después de algunos días te enteras que dicen en los noticieros que ya apareció tu hijo; el corazón te da un vuelco, pero dicen los demás que en una “fosa común”, como no entiendes muy bien el español le preguntas al de al lado - ¿qué es eso?- y te responde que es “donde tiran muertos”. No lo crees, no lo entiendes y corres a preguntar sin soltar la foto con su rostro ¿dónde está tu hijo? ¿A dónde lo llevaron? ¿Quién se lo llevo? Un reportero se para y te pregunta, echas a llorar, le cuentas como era tu hijo y le pides ante una cámara que si te está viendo que regrese, que lo extrañas, y no hay respuesta.

Ya llevas días enteros ahí sentado, y cada vez que llega alguien te acercas a ver si hay noticias, no has podido comer, ni piensas en bañarte, no logras hallar descanso ni de noche, ni de día.

Por momentos te sientas a recordarlo, a llorar desconsoladamente y a preguntarte: ¿por qué? ¿Por qué se lo llevaron si a él solo le gustaba jugar futbol? ¿Por qué si el solo quería ayudar a sus hermanos menores? ¿Por qué si solo buscaba un mejor futuro? porque si solo quería ser maestro?

Tu hijo podría ser Yosivani, el menor de 7 hermanos, que salió de la secundaria con un promedio de 9.8 y estudiaba para maestro porque el dinero no alcanzaba para costear otra carrera; o podría ser el “frijolito” que desinteresadamente dono su sangre a un enfermo que ni conocía; o Jorge que hace unos días cumplió años y hablaste por teléfono con él y le prometiste hacerle su comida favorita, el mismo que te cantaba y tocaba la guitarra mientras hacías tortillas.

Imagina a tu hijo caminando lleno de miedo por un camino obscuro, empedrado y solitario y a punto de pistola; imagina que lo hincan y lo hacen a cavar su propia tumba, mientras oye como van matando a sus demás compañeros, sabe que él puede ser el siguiente. Le rompen los huesos, lo rocían con algo que él no sabe que es… y le prenden fuego.

Queman sus sueños. Tus sueños. A tu amado e inocente hijo. Luego lo cubren con ramas y tierra y lo abandonan.

¿Pero sabes qué? afortunadamente esta historia no es la tuya. ¡No eres tú ni es tu hijo! Hoy no te toco a ti, hoy lloran en casa del vecino, pero eso no debería significar que permanezcas impávido, apático, insensible. Las injusticias llegan por todos lados y cuando menos lo esperas te ves envuelto en una de ellas, y será entonces cuando desearas que tu voz gastada tenga eco en los demás que tienen mejor suerte que tú.

Tus condolencias, mis condolecías y los “perdone usted” de la clase política que encubro a los asesinos no sirven de nada, inclusive la propia aplicación de la justicia de poco puede servir cuando se trata de sanar dolores como este, pero al exigirla al menos nos daría la tranquilidad de saber que nos unimos como pueblo, y que sus muertes no fueron del todo en vano.

Tania Cantarell