La Dirección General de Zoológicos de la Ciudad de México cuenta con un presupuesto anual de 58 millones de pesos. Con ello se cubren los programas de conservación y reproducción animal, el cuidado de los ejemplares, el mantenimiento de las instalaciones y el pago de los trabajadores de los tres zoológicos de la Ciudad: además del de Chapultepec, el de Aragón y el de los Coyotes.
Con 2 mil 200 individuos de 1 mil 400 especies, los tres zoológicos de la metrópolis reciben 5.8 millones de visitantes cada año, hasta 40 mil personas por día.
No obstante la afluencia, la supervisión casi es nula y muchos de los visitantes amedrentan a los animales, violan normas de seguridad y tiran basura dentro de los exhibidores sin que haya respuesta alguna por parte de las autoridades.
La función, dice Juan Arturo Rivera Rebolledo, director general de Zoológicos y Vida Silvestre, corresponde a los 25 policías y 120 cuidadores que ahí laboran.
Las prácticas de abuso animal, que al parecer son pequeñas y efímeras, se repiten a lo largo del día hasta que el ánimo de los animales se encuentra sumamente alterado. Lo que sigue para ellos es la depresión, el estrés y las conductas violentas hacia sí mismos, con posibilidades de llegar incluso a la automutilación.
“Es una cuestión cultural. Necesitamos que el público nos ayude. Aunque no nos guste, a veces la gente se acerca más de lo que debería a las jaulas”, reconoce.
Para Rivera Rebolledo el nivel de afluencia no es un factor de estrés en los animales. “Es algo normal en la vida, todos tenemos o vivimos bajo factores de estrés y el organismo de alguna manera tiene que adaptarse”.
El funcionario justifica que el ruido, la presencia de una persona, el tocar un vidrio pueden ser factores de estrés pero dependerá de la especie.
“Algunos individuos pueden verse beneficiados con la presencia del público. Hay animales que hasta se acercan, otros evitan ver al público porque la cantidad de gente hace que tiendan a buscar ‘su’ espacio”.
Rivera Rebolledo asegura que con periodicidad se aplican evaluaciones de conducta a los ejemplares a través del programa de Enriquecimiento Ambiental. Sin poder afirmar que los animales que exhiben cuentan con salud emocional, refiere que los análisis han arrojado que viven con bienestar.
Cuestionado acerca de los notables padecimientos (colmillos fuera de lugar, piel irritada, falta de cabello, delgadez extrema), el también veterinario zootecnista argumenta que los problemas en la piel no son comunes en el zoológico: “menos del 1 por ciento de la población los presenta”. La falta de pelaje se la atribuye a las mudas o a la vejez.
Respecto del ejemplar que Contralínea fotografió con su colmillo roto, el responsable de la salud y la integridad de los animales indica: “el hipopótamo podría tener alguna lesión pero no afecta su canal pulpar”. A decir del titular, únicamente en caso de que se aislara del grupo o dejara de comer, signos de dolor, sería atendido por un especialista.
“Para ser gratis [de entrada gratuita], está muy bien el zoológico”, considera Ana Peñaloza, encargada de Comunicación Social de la Secretaría del Medio Ambiente capitalina. Lo cierto es que los animales no sólo padecen a los miles de visitantes, sino las propias condiciones inadecuadas de su entorno.
Algunas de las enfermedades son evidentes. Otras, sólo pueden ser detectadas por veterinarios. Entre los agentes infecciosos presentes en los zoológicos y que pueden transmitirse al ser humano se encuentran: salmonella, toxoplasmosis, leptospira, brucella, escherichia coli y dengue.
Contralínea consultó –de manera separada– a los médicos veterinarios independientes Martha Ortiz Guerrero, Daphne Matamoros Olguín y Daniel Gutiérrez Guerrero para que explicaran la situación de los ejemplares exhibidos y que a simple vista se observa. Este semanario realizó seis recorridos en el Zoológico de Chapultepec durante el mes de mayo de 2014.
Los animales visiblemente afectados por las condiciones que enfrentan no tienen voz para denunciar los agravios de los que son objeto, incluida la falta de alimentación. Por ello, este tipo de espacios supuestamente recreativos y “de sana diversión” son cada vez más juzgados en el mundo por sus prácticas de abuso y políticas erróneas con relación al trato y la preservación de las especies salvajes en cautiverio.
Las soluciones planteadas van desde su desaparición hasta la creación de un órgano internacional que sancione el maltrato animal en estos espacios, que mantienen en confinamiento a decenas o cientos de animales en condiciones muy alejadas a las de su hábitat natural.
“Los zoológicos no son centros de espectáculos, cumplen tres funciones muy específicas: conservar, investigar y educar. El cautiverio no se justifica si no cumple con estos principios éticos”, concluye Rivera Rebolledo.
Con 2 mil 200 individuos de 1 mil 400 especies, los tres zoológicos de la metrópolis reciben 5.8 millones de visitantes cada año, hasta 40 mil personas por día.
No obstante la afluencia, la supervisión casi es nula y muchos de los visitantes amedrentan a los animales, violan normas de seguridad y tiran basura dentro de los exhibidores sin que haya respuesta alguna por parte de las autoridades.
La función, dice Juan Arturo Rivera Rebolledo, director general de Zoológicos y Vida Silvestre, corresponde a los 25 policías y 120 cuidadores que ahí laboran.
Las prácticas de abuso animal, que al parecer son pequeñas y efímeras, se repiten a lo largo del día hasta que el ánimo de los animales se encuentra sumamente alterado. Lo que sigue para ellos es la depresión, el estrés y las conductas violentas hacia sí mismos, con posibilidades de llegar incluso a la automutilación.
“Es una cuestión cultural. Necesitamos que el público nos ayude. Aunque no nos guste, a veces la gente se acerca más de lo que debería a las jaulas”, reconoce.
Para Rivera Rebolledo el nivel de afluencia no es un factor de estrés en los animales. “Es algo normal en la vida, todos tenemos o vivimos bajo factores de estrés y el organismo de alguna manera tiene que adaptarse”.
El funcionario justifica que el ruido, la presencia de una persona, el tocar un vidrio pueden ser factores de estrés pero dependerá de la especie.
“Algunos individuos pueden verse beneficiados con la presencia del público. Hay animales que hasta se acercan, otros evitan ver al público porque la cantidad de gente hace que tiendan a buscar ‘su’ espacio”.
Rivera Rebolledo asegura que con periodicidad se aplican evaluaciones de conducta a los ejemplares a través del programa de Enriquecimiento Ambiental. Sin poder afirmar que los animales que exhiben cuentan con salud emocional, refiere que los análisis han arrojado que viven con bienestar.
Cuestionado acerca de los notables padecimientos (colmillos fuera de lugar, piel irritada, falta de cabello, delgadez extrema), el también veterinario zootecnista argumenta que los problemas en la piel no son comunes en el zoológico: “menos del 1 por ciento de la población los presenta”. La falta de pelaje se la atribuye a las mudas o a la vejez.
Respecto del ejemplar que Contralínea fotografió con su colmillo roto, el responsable de la salud y la integridad de los animales indica: “el hipopótamo podría tener alguna lesión pero no afecta su canal pulpar”. A decir del titular, únicamente en caso de que se aislara del grupo o dejara de comer, signos de dolor, sería atendido por un especialista.
“Para ser gratis [de entrada gratuita], está muy bien el zoológico”, considera Ana Peñaloza, encargada de Comunicación Social de la Secretaría del Medio Ambiente capitalina. Lo cierto es que los animales no sólo padecen a los miles de visitantes, sino las propias condiciones inadecuadas de su entorno.
Algunas de las enfermedades son evidentes. Otras, sólo pueden ser detectadas por veterinarios. Entre los agentes infecciosos presentes en los zoológicos y que pueden transmitirse al ser humano se encuentran: salmonella, toxoplasmosis, leptospira, brucella, escherichia coli y dengue.
Contralínea consultó –de manera separada– a los médicos veterinarios independientes Martha Ortiz Guerrero, Daphne Matamoros Olguín y Daniel Gutiérrez Guerrero para que explicaran la situación de los ejemplares exhibidos y que a simple vista se observa. Este semanario realizó seis recorridos en el Zoológico de Chapultepec durante el mes de mayo de 2014.
Los animales visiblemente afectados por las condiciones que enfrentan no tienen voz para denunciar los agravios de los que son objeto, incluida la falta de alimentación. Por ello, este tipo de espacios supuestamente recreativos y “de sana diversión” son cada vez más juzgados en el mundo por sus prácticas de abuso y políticas erróneas con relación al trato y la preservación de las especies salvajes en cautiverio.
Las soluciones planteadas van desde su desaparición hasta la creación de un órgano internacional que sancione el maltrato animal en estos espacios, que mantienen en confinamiento a decenas o cientos de animales en condiciones muy alejadas a las de su hábitat natural.
“Los zoológicos no son centros de espectáculos, cumplen tres funciones muy específicas: conservar, investigar y educar. El cautiverio no se justifica si no cumple con estos principios éticos”, concluye Rivera Rebolledo.
Fuente: http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2014/06/25/la-prision-de-chapultepec/